sábado, 5 de agosto de 2017

Fiesta de la Transfiguración del Señor


(Ciclo A – 2017)

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró (Mt 17,1-9). Jesús se transfigura, es decir, deja traslucir la gloria que posee desde la eternidad en cuanto Dios, y es esta gloria celestial, recibida por el Padre desde la eternidad, la que resplandece a través de su Humanidad y a través de sus vestimentas. La Transfiguración significa que la gloria del Ser divino trinitario de Jesús se hace visible, sensible, por unos momentos, para luego ocultarse. La razón de la Transfiguración es, por parte de Jesús, el mostrar a sus discípulos su divinidad, antes de la Pasión: se muestra revestido de gloria y majestad, como Dios que es, para que cuando lo vean en el Monte Calvario, revestido de su propia sangre, y con aspecto que no parece el de un humano –“como ante quien se da vuelta la cara”; “parecía un gusano”, dirán los profetas-, no desfallezcan y, recordando esta visión de su gloria, sean capaces de resistir la dura prueba de la Pasión hasta el final. Por este motivo, la Transfiguración en el Monte Tabor no se comprende si no se contempla a la luz de otro monte, el Monte Calvario, en donde Jesús no aparece revestido de luz y gloria, sino de Sangre y humillación. Jesús se transfigura ante sus discípulos, dice Santo Tomás, para que cuando ellos lo vean cubierto de sangre, de golpes, de heridas abiertas; coronado de espinas, flagelado, insultado, condenado a muerte y llevando una pesada cruz, recuerden que ese Hombre, que en la Pasión aparece débil, ultrajado y crucificado, es en realidad Dios omnipotente, que de esta manera, con su Sangre derramada en la Cruz, lava nuestros pecados, nos concede la gracia santificante que nos convierte en hijos adoptivos de Dios y nos abre las puertas del Reino de los cielos.
         Pero la Transfiguración es también para nosotros, para que sepamos que ése es el destino final al cual estamos llamados desde el Bautismo; Jesús se transfigura, deja que la gloria divina sea visible a través de su Humanidad, para que nosotros sepamos cómo serán nuestros cuerpos en la bienaventuranza eterna, serán como el Cuerpo de Jesús, resplandecientes de luz, de gloria celestial, sin ningún dolor, sin ninguna imperfección, sin envejecer ya jamás y, lo más importante, inhabitados por el Espíritu Santo y resplandecientes de gloria divina. Ahora bien, si estamos destinados a la Transfiguración, debemos saber que no llegaremos a ella si no es por la Cruz, porque así como Jesús pasó por la Pasión antes de ser glorificado a la diestra del Padre, así también nosotros, no llegaremos a la luz, sino es por la cruz, porque estamos llamados a imitar en todo a nuestro Señor, de modo especial, su Pasión y Muerte en Cruz.

         Si queremos entonces habitar algún día en el Reino de Dios, por toda la eternidad, entonces tenemos que estar dispuestos a abrazar la cruz, a seguir a Jesús, Camino, Verdad y Vida, por el Via Crucis, y a ser crucificados con Él en el Gólgota. Renegar de la Cruz es renegar de la luz; abrazar la Cruz es abrazar la gloria y la luz de Cristo.

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